martes, 1 de febrero de 2011

Cuando la Educación Familiar no es posible

Desde las más altas metas de la Educación Familiar se plantean y se han planteado el desarrollo de trabajos difíciles, arduos y con escabrosos retos, siempre con la voluntad de ayudar a la familia, moldeando ciertas conductas, convenciendo y haciendo ver lo que es difícil, incluso lo imposible. Pero cuando la realidad ha embrutecido el entendimiento y las angustias ciegan los ojos con lágrimas, siempre se aconseja estirar el tiempo de acción, para no sufrir con la indebida reacción. Se hace necesaria la pausa, la distancia donde se gana perspectiva, el enfriamiento necesario para no actuar desde un ardor mediato, donde siempre terminamos errando y donde no se ve siquiera lo evidentemente observable.
De todas formas cuando el tiempo no quiere ni puede estirarse, la distancia no es suficiente y la perspectiva única no deja ver más, la actuación educativa tiene poco lugar, tan sólo escuchar, oír con la mejor de las actitudes y tratar de ser lo más asertivo, desde una posición de desventaja emocional, pues sabes que hagas lo que hagas todos nos equivocaremos, decidas lo que decidas, existen menores sufrientes que no tienen otra escapatoria que la de dejarse hacer, “decidir” sin mucho que ofrecer de su voluntad.
Después de todo, las noticias en forma de viento helador llegaron un día en el que no se esperaba más que la suerte del destino, ese que te lleva a nacer donde no has elegido, con más o menos suerte. Así de ese modo supimos que los menores estaban bien emocionalmente, afectivamente a pesar de la carga microsistémica que han de sufrir el tiempo que dure su convivencia en ese ambiente materno de difícil calificación.
Tal vez, al final sientes la necesidad de lanzar un brindis al destino y desear que las hadas buenas depositen algo de buena suerte sobre las frentes de esos infelices e indefensos niños y niña.

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