jueves, 24 de febrero de 2011

Cuando unos padres y madres se aburren

Cuando el diálogo no es posible, nos introducimos en una caverna eterna que entre otras oscuridades tiene silencios imposibles y maraña de ideas inconexas que no son posibles de estructurar mínimamente para tratar de entenderlas, sobre todo porque uno de los problemas de la comunicación es que tratamos de hablar, hablar y hablar sin esperar algún tipo de respuesta, tan solo queremos que nos escuchen esas quejas, esas lamentaciones, esos sentimientos de desasosiego y, sobre todo que el desahogo verbal sirva como especie de catarsis mística emocional, que libere todos los fantasmas, o tal vez que los inunde de mentiras.


Este sentimiento lo he tenido a veces en entrevistas con madres y/o padres, que tratan de menores en edad escolar, que si han dicho o si han hecho, que van diciendo o que amenazan con hacer.
Yo recuerdo que (como en el fútbol), lo que sucede en el terreno de juego queda allí, no se nos ocurría ir con las quejas a nuestras madres o padres, rápidamente éramos acusados de “chivatos”, “niños chicos”, etc… Si nos daban una pedrada, incluso con puntos…, para nuestros padres era que nos habíamos caído, si nos dábamos unos puñetazos y patadas, para esa madre preocupada, tan sólo que nos habíamos tropezado.
Hoy día, lamentablemente para los hijos e hijas, sus madres y padres toman cualquier rasguño para valorar posibles consecuencias penales. Padres y madres avezados en las redes sociales, pueden escudriñar la última secuencia de chat en los Tuenti, Messenger o Facebook de sus hijos/as (siempre a espaldas de éstos, pues el espionaje es un arte que las madres han desarrollado y perfeccionado a lo largo de los años), para leer y entender que cierto comentario de un amigo/a, puede ser constitutivo de delito y raudos poner en conocimiento de la unidad delitos informáticos o de menores de la policía, lo que han podido ver en el portátil de su progenie.
Yo es lo que digo, existen padres y madres, que lejos de esos otros y otras “super-ocupados”, que no tienen tiempo ni para sentarse diez minutos con sus hijos y hablar con ellos, se dedican a vivir las vidas de éstos y éstas, introduciéndose en sus pellejos, sintiéndose como ellos y ellas, desasosegados como niñas y niños, celosos y celosas como adolescentes. Lo que podría ser un asunto de niños, para estos padres y madres es una cuestión “inmensa”, “importantísima” que tiene consecuencias muy graves y que ellos tienen que solucionar sobre todas las cosas, pues claro, se sienten en la obligación de proteger (super-proteger) a los indefensos infantes. Cuando no se dan cuenta que inmiscuyéndose en las vidas de sus hijas e hijos, les están quitando la posibilidad de aprender herrando, de adquirir la experiencia de los conflictos vitales, y sobre todo de rectificar y enmendarse como personas actuantes. Todos hemos sido niños, todos hemos tenido problemas y todos hemos sido capaces de solucionarlo, hemos aprendido a convivir y a socializarnos de una forma práctica, sin la supervisión de ese adulto (madre o padre), que ampara cualquier daño que podamos sufrir.
Tal vez esa sarta de despropósitos que vemos en algunos padres y madres, estén configurando niños y niñas infelices y pasivas/os desgraciadas/os, que algún día, más pronto que tarde, tendrán que afrontar una dificultad seria en la universidad, en el trabajo o en el aparcamiento del centro comercial, y mirarán a los lados y notarán el más absoluto vacío, ya que su madre o padre no estará, acto seguido tomará ese móvil de última generación y llamará a su madre para pedir, solicitar o exigir su amparo, para entonces, ésta le dirá “hijito mío, cariñito de mi alma, bollito de crema, suave pétalo de rosa…, ya eres mayor para solucionar tus propios problemas”, a pesar de; (cuando tenía doce años y un amigo le empujó en el recreo, esa madre acudió de urgencias, y en menos de cinco minutos al despacho del director, para exigir que se expedientara al agresor de su indefenso e intachable hijo/a).

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