La educación es un proceso de
transmisión de conocimientos, valores culturales y morales, costumbres y formas
de actuar. Dicho proceso se realiza a través de muchos medios, tales como las
palabras, imágenes y gestos, los cuales pueden estar presentes en todas
nuestras acciones, actitudes, posturas, sentimientos y formas de comportarnos
durante nuestro día a día. De tal manera que cualquier acto que realicemos puede
ser “educativo”.
Desde el acervo cultural se puede
entender que educamos los padres y madres, y cómo no, las maestras y maestros,
pero que pasa con el entorno social, familiar y cultural. Qué pasa con ese
ambiente social que nos envuelve, que tan útil y práctico, en el que nos
apoyamos para desarrollarnos, pero que a veces nos contamina tóxicamente y del
que no podemos desprendernos con facilidad. Éste es el “poder de los iguales”,
como concepto de aprendizaje por semejanza, por proximidad, donde el igual (el
otro) es un poderoso maestro que transmite la enseñanza casi sin esfuerzo, con
agilidad y fortaleza.
El poder de los iguales es de tal
magnitud, que a veces no sabemos que está ahí, porque no queremos reconocer el
poder que tiene, porque hasta que no se demuestre lo contrario, queremos
sentirnos poderosos como madres y padres que modelamos a nuestros hij@s a
nuestro placer.
Sobre nuestros hij@s/alumn@s,
proyectamos una serie de conocimientos y valores, que tratamos de afianzar y
confirmar a lo largo de los años y los cursos escolares, valores y
conocimientos que pretendemos asentar y grabar a fuego, para en el espacio de
breves minutos “resetearse” con tan sólo una mirada, una palabra o un gesto.
El ejemplo lo podemos ver en la aceptación de las normas, durante años
podemos inculcar en nuestros hij@s que la calle no se cruza con el semáforo en “rojo”,
para en una fracción de segundos, éstos junto al grupo de iguales, crucen todos
juntos el semáforo en rojo, sin cuestionarse que está bien o mal. Si observan
al gran grupo hacerlo, ellos en ningún instante, pensarán “mis padres me han
enseñado lo contrario”, ni siquiera pensarán “mis padres son unos aburridos,
cuando lo divertido es saltarse las normas”… Simplemente actuarán, con ese
chasquido temporal que supone la inmediatez, el “no pienses, actúa”. Este es el
poder de los iguales.
Muchos y muchas piensan, y se
pregunta en voz bajita ¿para qué educar e inculcar valores a nuestr@s hij@s, si
mañana vienen “los iguales” y transforman, con un gesto, lo transmitido con
esfuerzo.
Yo, como educador y padre, pienso
que hay que educar y enseñar lo que consideremos idóneo, útil y válido, porque
a pesar del poder de los semejantes, algún día nuestro hij@, se parará en el
semáforo y pensará; “Es correcto pararnos hasta que el muñeco pase a verde”, “lo
tengo que hacer porque eso es lo que me han inculcado”…, de lo contrario no
tendrá nada en su voluntad.
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