Depositar nuestra confianza como
padres en una institución educativa es un acto aparentemente sencillo, pero
guarda un íntimo sentimiento de confianza, del que tal vez no seamos
conscientes. Si nos detenemos un instante en la reflexión sobre nuestra
actuación parental para con nuestras hijas e hijos, podemos darnos cuenta que
somos eminentemente sus protectores, ya que como seres desvalidos hasta bien
entrada la primera infancia, son completamente dependientes, para todo.
La familia, compuesta por todos
sus miembros, padres, hermanos, hermanas, abuelos, tíos, etc., nos convertimos
en un simbólico útero, que protege a esa nueva vida, que le ampara,
envolviéndole con cuidados y atenciones infinitas.
La familia que prevalecía no hace
mucho, donde las madres de un modo mayoritario, aun no se había incorporado al
mercado laboral, junto a abuelas y abuelos en muchos casos, cuidaban de los
niños y niñas hasta bien entrados los 6 años, edad en la que nos incorporábamos
(y hablo en primera persona del plural, pues entre ellos me encontré a finales
de los años 70) a la escuela pública, donde pasábamos a ser formados y educados
por maestras y maestros, quienes, con vocación de servicio y atención a los menores,
se entregaban a una labor muy respetada y valorada por la ciudadanía,
especialmente padres y madres, que sabían que cuidarían de sus hijas e hijos,
además de formarles. Era una época en la que la maestra y el maestro eran aun “una
institución personal”.
La sociedad y el desarrollo económico
nos ha transportado a una época en la que papá y mamá tienen que buscar un
sustento económico para pagar tantas facturas, como días tiene el mes, mientras
que la adquisición de derechos parentales no ha estado a la altura de ese
desarrollo.
A lo largo de la historia, el
trabajo de la mujer se ha regulado, curiosamente, unido al trabajo de los
menores, y se ha basado en razones de carácter fisiológico relacionadas con el
embarazo, el parto y la relación con los primeros meses de la vida del hijo o
hija, así como en razones morales. Será la Ley de 13 de marzo de 1900, la
primera en regular el permiso a la mujer trabajadora para amamantar a sus hijos
o hijas. En su artículo 9, se recogía lo siguiente; “No se permitirá el trabajo
a las mujeres durante las tres semanas posteriores al alumbramiento. Cuando se
solicite por causa de próximo alumbramiento por una obrera el ceso, se le
reservará el puesto desde que lo haya solicitado y tres semanas después de
dicho alumbramiento. Las mujeres que tengan hijos en el periodo de la lactancia
tendrán una hora al día, dentro de las del trabajo, para dar el pecho a sus
hijos. Esta hora se dividirá en dos periodos de treinta minutos, aprovechables,
uno en el trabajo de la mañana, y otro, en el de la tarde…”
Posteriormente, mediante un
ordenamiento se iría ampliando el periodo de descanso posterior al
alumbramiento, hasta llegar a nuestros días con las “pírricas” 16 semanas,
mientras que otros países de nuestro entorno contemplan un permiso mayor.
Bien, visto este panorama, madres
y padres se sienten en la obligación de dejar durante su jornada laboral a sus
hijos al cuidado de instituciones tales como “guarderías, ludotecas, escuelas
infantiles, etc.”. Tal vez la necesidad nos empuja a hacerlo sin plantearnos,
que calidad humana puede llegar a tener las personas que quedan al cuidado de
nuestras hijas e hijos.
Yo, sinceramente lo percibí desde
el primer día, cuando llevamos a nuestra primera hija a la GUARDERÍA. Y la
pongo en mayúscula, pues creo que es una de las instituciones sociales
(privadas o públicas), más importantes que nuestra sociedad puede tener, junto
con la institución sanitaria.
Quisiera aclarar una cosa
importante, existe mucha controversia con el nombre GUARDERÍA, pues ciertamente
no llevamos a nuestras hijas e hijos a este espacio para que lo guarden, aunque
etimológicamente guardar es proteger y preservar. En cierto modo lo que
esperamos de las GUARDERÍAS, al igual que de los Centros Educativos (colegios,
institutos, residencias, etc.), es que protejan, formen, eduquen y quieran a
nuestros descendientes como lo haríamos nosotros mismos.
En el día de hoy, en el que la
comunidad educativa está en jornada de huelga, protestando frente a una Ley de
educación, impuesta desde el inmovilismo, el sectarismo y el totalitarismo de
un Ministro de Educación, que no pasará a la historia “afortunadamente”, y aun
menos su Secretaria de Estado, quien “valora
muy positivamente la estabilidad laboral de maestras y maestros” (con
ironía). Es insultante que una Secretaria de Estado simplifique una acción de
protesta generalizado de todos los sectores educativos de nuestro País,
mediante el intento de enfrentar a “familias
pobres” contra “maestros egoístas e insolidarios, que tienen trabajo fijo” Ref.(
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2013/10/22/educacion-afirma-profesores-van-huelga-empleo-asegurado/00031382450974162569845.htm
), como si tener trabajo fijo fuese una “posesión de lujo”. Cuando el
profesorado está en lucha para tratar de proteger un sistema de educación
público, que cohesiones la sociedad y trate de minimizar las diferencias
sociales, que un Gobierno de extrema-insensibilidad quiere acrecentar cada vez
más.
Y por todo lo dicho, quisiera dar
las gracias y sobre todo rendir homenaje a las personas que han dado y dan forma
a la EDUCACIÓN, las cuales están en un terreno especial, entre lo público y lo
privado, entre la sociedad y la familia, para tratar de dar continuidad a las
cosas que pasan en el mundo.